martes, 1 de diciembre de 2009

EMPEZAREMOS DEFINIENDO QUE ES EL "ABISMO"


EN LA GEOGRAFIA ES UN POSO UNA FISURA UN RELIEVE MUY PROFUNDO EL CUAL TAMBIEN PUEDE ESTAR EN EL MAR Y AHI SE LLAMA "ABISMO MARINO"LOS CUALES SON OSCUROS Y MISTERIOSOS.
Más del 90% de las especies que se localizan en los fondos abisales de los océanos son desconocidas (EFE, El Mundo) - Más del 90% de las especies animales que los científicos localizan por debajo de los 2.000 metros de profundidad de los océanos, en los fondos abisales, son desconocidas, lo que abre un vasto campo de investigación en un mundo que hasta ahora había estado envuelto de leyenda y fantasía.Entre los exploradores de los misterios que ocultan estos fondos marinos se encuentra un equipo de investigadores dirigidos por el científico español afincado en Alemania Pedro Martínez Arbizu, que desde hace cinco años intenta descubrir y catalogar los peculiares habitantes de estas profundidades en el marco del programa Censo de la
Diversidad de la Vida Marina Abisal (CeDaMaR).

Las fosas oceánicas son sectores deprimidos bajo el mar donde la profundidad de las aguas es mucho mayor. En este sentido la Fosa de las Marianas es la más recóndita conocida hasta el momento. Se encuentra en el Océano Pacífico, al este de las 14 Islas Marianas (11 “21 ‘de latitud norte y 142″ 12′ de longitud este), cerca de Japón.

Tiene un tamaño que impresiona, su longitud es de 2550 y posee aproximadamente 70 kilómetros de ancho, se disemina de forma arqueada en dirección noreste-suroeste y según afirman los entendidos la misma se originó por un proceso de subducción.

El colosal agujero oceánico carece de iluminación y la presión reinante por la cantidad insondable de agua que lo llena es 1.000 veces mayor que la de la tierra, aproximadamente 110.000 kilopascales.Esta peculiaridad de la naturaleza tiene un sector denominado el Abismo Challenger , el que posee nada más ni nada menos que 11034 metros de profundidad.

Los primeros seres humanos que pudieron realizar una exploración por la zona eran tripulantes de la fragata de la Marina Real Británica el Challenger, por el año 1951 haciendo uso de ecolocalización estimaron que la fosa poseía 11012 metros de profundidad. Pero recién en 1960 buzos especializados descendieron un tramo usando el batiscafo “Trieste” creado por Auguste Piccard y capitaneado por su hijo James. Con este aparato pudieron evitar las consecuencias de la presión y determinaron que el fondo de la fosa se encontraba a 11034 metros de la superficie.

En un principio se creía que nada vivía allí pero luego los científicos descubrieron una especie de calamar gigante del género Architeuthis, tiempo después exploradores japoneses dieron con más de 200 formas de vida unicelulares, entre ellas plancton, bacterias y variadas especies abisales hasta entonces desconocidas para el mundo, que se desarrollaban en el barro de las profundidades de la fosa.

El descubrimiento se realizó mediante el submarino no tripulado Kaiko que recolectó muestras ubicadas a 10.896 metros de profundidad, se estima que los organismos descubiertos tendrían una formación de seis millones de años de antigüedad lo que da a pensar que se trata de restos de la vida prehistórica del planeta.

La profundidad de la fosa es extremadamente fría, pero posee ventilaciones hidrotermales gracias a la difusión de las placas tectónicas que emiten sulfuro de hidrógeno y diversos minerales, que a su vez forman parte de la cadena alimenticia de las especies que habitan en este abismo. Algunos ejemplares de la fauna que transitan por este abismo son el rape, un extraño pez que utiliza la bioluminiscencia para atraer a sus presas como diversas clases de cangrejos que se suman a su población.

La Fosa de las Marianas es uno de los sitios más enigmáticos del planeta al cual ningún ser humano pudo acceder sino mediante el uso de tecnologías, ya que las condiciones reinantes hacen imposible una exploración de este tipo. Por lo que se estima que este agujero, casi sin fondo, encierra millones de secretos que quizás algún día serán develados.Pero por el momento permanecen a salvo, intactos y resguardados en las profundidades del océano.


Esponja lámpara

Son seres extraños y frágiles, de cuerpo muchas veces transparente o translúcido, gelatinoso pero resistente a la enorme presión del agua, ya que viven a más de mil metros de profundidad. Carecen de cerebro, de huesos, de una visión y unos sentidos que no necesitan al vivir en la más absoluta oscuridad. Unos expelen toxinas mortales, otros son carroñeros, pero todos depredadores. En ese ambiente hostil nacen, se desarrollan, se multiplican, y mueren sin que nadie conozca de su existencia ni pueda apreciar su belleza, o su repulsiva fealdad, ni la agresividad a que están condenados para sobrevivir.

Más de dos mil especies se han contabilizado ya en esas “profundidades abisales”, en expresión acuñada por el científico Laplace a fines del siglo XVIII, con la extraordinaria singularidad de ser casi todos bioluminiscentes, es decir, que emiten ráfagas de luz propia para defenderse o para atraer sexualmente a sus congéneres. No sé con qué fundamento, los científicos han establecido sus orígenes hace más de quinientos millones de años, con una fecundidad tan asombrosa que algunas especies pueden poner hasta mil huevos por día.


Galatea yeti

De esta biodiversidad tan surrealista hay que destacar las especies que viven por debajo de los 2.500 metros, profundidad a la que, por no recibir el más mínimo rayo de sol, no puede realizarse la fotosíntesis que da vida a las plantas. En oposición a quienes consideran que la vida procede en su totalidad de los rayos solares, en esas simas de la eterna noche la vida nace por quimiosíntesis, es decir, por combinaciones químicas, incluso con productos tóxicos, con metabolismo que no necesita el oxígeno, sobre todo en los alrededores de los géiseres termales submarinos.

La energía química sustituye a la solar.Esta quimiosíntesis es el descubrimiento más inesperado y sensacional del siglo XX, tanto en oceanografía como en biología, abriendo nuevos caminos a las investigaciones sobre el origen de la vida. Como el mar, en estas enormes profundidades no produce ningún tipo de alimento, estas criaturas se ven precisadas a subir a capas superiores durante la noche para abastecerse, tarea que les ocupa varias horas, según la profundidad de su hábitat.


Gusano abisal

Este siglo XX, en el que me ha tocado vivir, es, sin duda, el más afortunado en el avance de la ciencia.
En este sentido, el conocimiento de los fondos marinos no se pudo hacer hasta 1934, con la primera bastisfera, pero el gran paso se dio en 1977, con el inicio de los cada vez más sofisticados submarinos de investigación que pueden bajar a esas aguas antes impenetrables, y con la indispensable ayuda de los grandes adelantos fotográficos. Gracias a ellos, los grandes “aventureros” submarinos de nuestra época han podido fotografiar y clasificar miles de especies no sólo desconocidas, sino prácticamente inimaginables. Ahora sabemos de la existencia allá debajo de varias clases de medusas y pulpos de escasos centímetros, con apellidos analógicos (luminoso, de cristal, dumbo, paraguas) como los de fantasmagóricos peces (víbora, telescópico, sapo espinoso, dragón, fútbol, trípode, elefante) o gusanos (el sinóforo gigante, que mide cincuenta metros de largo, es el animal más grande del planeta).

Los hay cuya sola vista produce espanto, como el “vampiro de los abismos”, el “diablo negro”, el “pez ogro”, el “vampiro del infierno”, el “dragón negro”, el “tiburón lagarto”. Otros son más amables a la vista, como el “calamar cacatúa”, la “pluma de mar”, los “gusanos de hielo” o la delicada “bailarina española”.


Dragón negro

Pero no menos subyugantes que estos abismos naturales son los abismos psicológicos del ser humano, en cuyo oscuro interior se pueden encontrar los sentimientos más ocultos, las pasiones más devoradoras, cuyo descubrimiento produce una emoción tan sobrecogedora como las que abruman al submarinista ávido de ignotas sensaciones. Si cierro los ojos y buceo en las profundidades de mi mente puedo hallarme en situaciones semejantes, desde la ternura al horror, desde la atracción a la repulsión, desde la admiración al desprecio, desde la simpatía al impulso seductor. Es el abismo de la condición humana.En la práctica, el abismo carece de límites, y la psique del hombre puede caer en otros abismos de los que suele ser muy difícil salir, como el de los alucinógenos, el del fanatismo ideológico, el de la culpa imborrable, el de la esclavitud moral, el de la enfermiza adicción sexual. Pero todo mortal, por el hecho de serlo, ha de vivir en el abismo de la angustia intelectual, al menos en algún momento de su vida.

Cuando todo lo veo negro, abandonado por el sol de la esperanza, sin saber quién soy, ni de dónde vengo, ni cuál es mi destino. El que no se ha sentido nunca angustiado por estas cuestiones puede decirse que no ha vivido.Vandalio.La exploración de la biodiversidad marina, donde el número de especies conocidas en la actualidad comprende quizás solamente un uno del total de especies existentes, ofrece múltiples oportunidades para el avance del conocimiento y el desarrollo de nuevas tecnologías y nuevas aplicaciones en biotecnología y biomedicina. Esta exploración precisa superar importantes desafíos científicos y tecnológicos que conforman un reto comparable al de la exploración espacial.

El conocimiento de las formas de vida que pueblan nuestro planeta es un objetivo central de la ciencia que trasciende con mucho el interés meramente académico para constituirse, con el rápido desarrollo de la biotecnología en la última década, en un motor del desarrollo de tecnologías que redunden en una mejor calidad de vida.La vida en nuestro plantea se inició hace unos 3.500 millones de años en el océano, donde se mantuvo confinada hasta la colonización -1.000 millones de años más tarde- de los continentes por los microorganismos, con la aparición de plantas en tierra hace 400 millones de años.
De hecho, la colonización de los continentes fue sólo posible por la producción de oxígeno, que pasó de representar el 0,01 % al 21% de la atmósfera, por la actividad fotosintética de los microorganismos marinos, que dio lugar al desarrollo de la capa de ozono que nos protege de la radiación ultravioleta.

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